Se acerca el 14 de febrero y en don Quijote queremos celebrar el día del amor y la amistad —día de San Valentín— con todos vosotros. Para ello, queremos contaros una de las historias de amor más trágicas de la cultura española: la leyenda de los amantes de Teruel. Se trata de un relato de origen medieval que representa la idea del amor puro, un amor que perdura, sobre todo en nuestro imaginario artístico y cultural, más allá de la muerte y pese al paso de los siglos.

Los amantes de Teruel

Es posible que alguna vez hayas escuchado un refrán español que dice: “Los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él”. Se trata de una frase que proviene de la Edad Media, la cual se usaba a modo de mofa para burlarse de los amores trágicos. Pero… ¿conoces la leyenda que ha transmitido su historia hasta la actualidad?

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La leyenda de los amantes de Teruel narra la historia de amor entre dos jóvenes turolenses —de nombres Isabel de Segura y Diego de Marcilla. Esta historia acabó calando en nuestro folclore gracias a las muchas y variadas interpretaciones llevadas a cabo por importantes compositores y escritores españoles. Además, desde el año 1996, se lleva a cabo en Teruel una recreación teatralizada de Las Bodas de Isabel de Segura”, la cual se representa de forma anual durante el mes de febrero en dicha localidad aragonesa y fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional en el año 2016.

Resumen de la historia

Érase una vez, un rico mercader de nombre Pedro de Segura que vivía en Teruel durante el siglo XIII. Dicho mercader tenía una hija muy hermosa, llamada Isabel de Segura. Pero ésta, siendo aún una niña, conoció a un muchacho humilde pero honrado a la vez, un joven llamado Diego de Marcilla. Diego era hijo de una familia que, pese a haber sido otrora importante y acaudalada, había perdido su posición social y económica en los últimos años.

Sendos muchachos se enamoraron profundamente, llegando Diego a pedirle matrimonio a Isabel con el paso del tiempo. Isabel le respondió que sí, que deseaba ser su esposa, pero le dijo que nunca se casaría sin el consentimiento de sus padres. Sin embargo, pese a ser Diego Marcilla un joven gallardo y apuesto, no poseía tierras ni riquezas, pero se moría de amor por ella, y estaba dispuesto a esperar y buscar fortuna allí donde pudiera encontrarla. Con esta idea, le pidió a su amada que aguardara cinco años, tiempo tras el cual sería merecedor de su matrimonio. Isabel se lo prometió y Don Pedro de Segura también aceptó el trato. Haciendo gala de su arresto y valentía, Diego marcha a la batalla con la esperanza de conseguir las riquezas necesarias y para cumplir su sueño de amor y ganarse el pan para él y su esposa. Tras cinco años luchando contra los árabes en la Reconquista, llegó a ganar el equivalente a cien mil sueldos, fortuna más que suficiente para ofrecerle un próspero futuro a su esposa.

Sin embargo, Don Pedro de Segura —padre de Isabel de Segura —presionó a su hija para que se desposara cuanto antes. Ella consiguió retrasar el compromiso con la excusa de mantener la supuesta promesa de guardar su virginidad hasta los 20 años. Pero una vez pasados los cinco años que Isabel había prometido aguardar, su padre, harto de esperar, presionó a su hija para que se casase cuanto antes. Diego de Marcilla no daba señales de vida, e Isabel comenzó a perder la esperanza y a pensar que su amado había muerto en batalla. A toda prisa y sin demora alguna, Don Pedro apresuró la boda con un rico pretendiente. Pero el mismo día del enlace, Diego de Marcilla, que había sufrido todo tipo de contratiempos y avatares, regresa de la guerra.

Ese mismo día, al caer la noche, Diego logró colarse en la alcoba de los recién casados mientras estos dormían, y despertó a su amada con dulzura diciéndole «Bésame, que me muero», a lo que Isabel de Segura respondió con dolor «Quiera Dios que yo falte a mi marido; por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí». Pero él no estaba dispuesto a rendirse y, con vehemencia, insistió «Bésame, que me muero» a lo que ella respondió de nuevo «No quiero». En ese momento, Diego de Marcilla cayó muerto antes los ojos de Isabel.

Isabel, estremecida al ver a Diego muerto por no recibir su beso, despertó a su reciente esposo y le confesó lo ocurrido. Él respondió: «¡Oh, malvada! ¿Y por qué no lo has besado?», «Por no faltar a mi marido» replicó ella. «Ciertamente, eres digna de alabanzas». Entonces, Isabel, arrepentida por ser la causante del trágico suceso, se acudió a su encuentro para besarlo antes de que lo enterrasen, dirigiéndose con prisa a la iglesia de San Pedro, donde las mujeres honradas velaban al difunto. Isabel apartó la mortaja para desnudar el rostro de Diego de Marcilla y lo besó con tanta fuerza y sentimiento que murió sobre el cuerpo de su amado. Cuenta la leyenda que los vecinos acordaron enterrarlos en el mismo lugar, y allí, en el sepulcro de los amantes de Teruel, yacerán juntos por toda la eternidad.

 

Cuadro de Los amantes del Teruel en el Museo del Prado

 

 

 

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